Objeto antiguo / abril 19 / Berta Goldwaser


Los objetos singulares y exóticos que responden a una índole testimonial, de recuerdo, nostalgia o evocación son la vía para descubrir un orden tradicional y simbólico aunque formen parte de la modernidad.
Los objetos antiguos en cambio, se sustentan en una base mitológica, hace presente el tiempo pasado con su historia, así como los signos o indicios culturales de su época. Por eso siempre va a aportar calidez al ambiente, tendrá una posición psicológica especial en contraposición al entorno moderno, que busca la síntesis.
Lo antiguo, es como un sumergirse en el pasado en un mundo ideal,  alternando con la fantasía de la infancia y el juguete. Pero ese objeto debe ser un objeto auténtico, así el objeto mitológico será perfecto, como un retrato de familia. Esto es lo que les falta a los objetos prácticos, modernos y funcionales a pesar de ser eficaces en su uso.
La autenticidad: El gusto por lo antiguo va de la mano del placer de coleccionar.
Surgen aquí la nostalgia de los orígenes y la obsesión de la autenticidad. Ambos acuden del recuerdo mítico del nacimiento, que nos liga a un padre y a una madre. La involución hacia las fuentes es evidentemente la regresión hacia la madre. Cuanto más viejos sean los objetos, tanto más nos acercan a una era anterior, a la divinidad, a los conocimientos primitivos.
Está también la exigencia de autenticidad, que se traduce por  una  obsesión de  la certidumbre del origen, de la fecha, de su autor, de su signo. Todo esto alude también al hecho, de que tal objeto haya pertenecido a alguien célebre, poderoso lo cual le confiere un valor y una fascinación extra. 
La búsqueda de la huella creadora, desde la impresión real hasta la firma, es también la de la filiación y la de la trascendencia paternal. La  autenticidad proviene siempre del padre, él es la fuente del valor.
Es ésta la filiación sublime que el objeto antiguo, suscita ante la imaginación, al mismo tiempo que la involución corresponde al seno de la madre.
La restauración: una casona de campo es reconstruida a partir de tres vigas y dos piedras las cuales fueron su sostén original. En éstas piedras simbólicas del portal,  descansa el valor el ser del edificio. Son ellas las que componen el conjunto que servirá de sustento restituyendo el carácter original y el estilo. Así, el  hombre intenta organizar el mundo según  un modo interno, en cierta forma opuesta a lo funcional.

Sincronía: todo aquello que transcurre en el espacio y tiempo correctos. Diacronía: análisis de un fenómeno concreto a través del tiempo. Anacronía: algo fuera de su tiempo.

El objeto antiguo es leyenda, su significado es su naturaleza mítica, y su autenticidad.
No es ni sincrónico ni diacrónico (no se inserta ni en una estructura ambiente, ni en una estructura temporal), es anacrónico (no es por relación a quien desee, ni el atributo del verbo ser, ni el objeto del verbo haber, sino que cae más bien en la categoría gramatical del objeto interno).
El objeto funcional es ausencia del ser. El momento real disuelve la regresión hacia una dimensión perfecta. Cualquiera que sea ser su precio, su cualidad, su prestigio es y sigue siendo la pérdida de la imagen del Padre o de la Madre.
Si el objeto es rico en funcionalidad y pobre en significación, se refiere a la actualidad y se agota en la cotidianidad.
El objeto mitológico, de funcionalidad mínima y de significación máxima. Se refiere a la ancestralidad, o a la anterioridad absoluta de la naturaleza.

En la vida diaria, estas contradicciones coexisten como complementarias, por ejemplo un mismo libro en formato de bolsillo y en edición rara o antigua, o bien una lavadora eléctrica y el viejo barreño de lavar, el armario empotrado funcionalmente en la pared o el bargueño español.
Nos da el  ejemplo de la doble propiedad, actualmente tan común y corriente como es el apartamento de ciudad y la casa de campo lo cual, es un claro ejemplo de estructura ocio-trabajo.
Este duelo de objetos es en el fondo un duelo de conciencia, señala una falta y el intento de remediar ésta falta mediante regresión.
En una civilización  que vive el momento que le corresponde (sincronía) y a la vez se cuestiona todo lo pasado como fenómeno de vida (diacronía) se tiende a organizar un control  de lo real tanto en el nivel de los objetos, como en el de los comportamientos y de las estructura sociales  y aparece una tercera dimensión que es la de la anacronía.

La coexistencia de lo moderno funcional y de la decoración antigua  aparece con el  desarrollo económico, la producción industrial y la saturación práctica del ambiente.
Las capas sociales menos favorecidas como los campesinos u obreros, los primitivos no saben que hacer con lo viejo y aspiran a lo funcional. Ambas guardan alguna relación entre si. Baudrillard da el ejemplo del salvaje que se apropia de un lapicero o un reloj sin saber luego que hacer con él, lo hace como una relación infantil de poderío. Entonces, el objeto ya no tiene función, posee una virtud: es un signo. Pero acaso no sucede el mismo proceso de acumulación impulsiva en los civilizados cuando desean poseer objetos tallados del siglo XVI o  los iconos de otros momentos de la historia.
Ambos, el civilizado y el primitivo captan en los objetos, la virtud que ellos encierran en si mismos, tanto en modernidad técnica como en ancestralidad. Sin embargo dicha virtud no es la misma en los dos casos, pero sí el fetichismo.

Todo objeto antiguo es bello simplemente porque ha sobrevivido y se convierte por ello en signo de una vida anterior.
Queremos venir de nosotros mismos y ser de alguien: Suceder al Padre, proceder del Padre, reorganizar el mundo y sustituir al Padre.

El objeto antiguo va precedido de una partícula noviliaria y su nobleza hereditaria compensa la caducidad precoz de los objetos modernos. La civilización técnica ha renegado de la sabiduría de los ancianos, pero se inclina ante la densidad de las cosas antiguas, cuyo valor está sellado y es seguro.

El mercado de lo antiguo: Todo valor adquirido propende a trocarse en valor hereditario, en gracia recibida. Pero como la sangre, el nacimiento y los títulos han perdido su valor ideológico, son los signos materiales los que tendrán que significar la trascendencia: muebles, objetos, joyas, obras de arte de todos los tiempos y de todos los países, formar parte de un sinnúmero de referencias que aunque verdaderas o falsas, da lo mismo, forman parte de una vegetación mágica de íconos que han invadido el mercado e incluso entran a formar parte de una suerte de mercado negro.
Los mercados de usados no bastan para alimentar la voracidad primitivista y nostálgica de los interiores burgueses de residencias nuevas para satisfacer sus vanidades. 

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